El asado y la carta de Walsh – Pablo Luzuriaga

Walsh pero Ferrari

El plan no era morir. Rodolfo Walsh tenía en la cabeza un asado. Comer un asado. Iba a entregar la Carta, estaría en capital un día y al siguiente, prendería el fuego, pondría la carne al asador y esperaría, paciente, el arribo de Patricia, su hija. Eso contó Lilia Ferreyra, su última pareja, en la entrevista que brindó al archivo oral de Memoria Abierta. Es la persona con quien Walsh compartió los últimos días. El primer aniversario del golpe era una fecha especial para ellos. Se cerraba un ciclo en las políticas de la dictadura. Y cumplían un año de «sobrevivencia» en las condiciones más difíciles. El aniversario ameritaba un festejo. La Carta, con la denuncia más contundente que se escribiera jamás contra ningún gobierno en nuestro país, llegó a muchos destinatarios. El asado nunca se hizo.

Estaba planeado para el sábado. Hacía tres años que no recibían gente: primero, por la efervescencia política, después, la clandestinidad. Si bien mantenía relación con Montoneros, el año cumplido de la dictadura y los meses en la casa de San Vicente habían apartado a Walsh lo suficiente, confiaba en la seguridad de la celebración. Lilia era la encargada de llevar a su hija en la camioneta desde capital. Pero el viernes 25 de marzo de 1977, en la esquina de San Juan y Entre Ríos, un grupo de tareas lo asesinó y secuestró su cuerpo. Lo enfrentaron ocho hombres con armas automáticas: a la caracterización de «caído en combate» la desarma el mismo desequilibrio con el que el terrorismo de Estado en general disipa la idea de guerra. Según sobrevivientes de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, llegó allí sin vida.

Lilia Ferreryra iba a dormir en la capital la noche del viernes. La mañana siguiente, con la camioneta, pasaría a buscar a la hija de Walsh para llevarla a San Vicente. El sábado del asado, cuando están entrando al barrio, Lilia advierte movimientos inusuales y decide acerarse a la casa por una calle lateral. Los militares todavía estaban rondando la zona. Al morir, Walsh llevaba consigo documentos con la dirección de la casa. Los grupos de tarea entraron con granadas. Robaron los últimos escritos de Walsh. Lilia se da cuenta de todo y no sin ver el desastre que habían dejado en su casa, escapa, sobrevive al terrorismo de Estado y narra estos detalles cuando la entrevistan en Memoria Abierta.

El asado niega las versiones que circularon durante los años ochenta que leían en la Carta y la muerte una motivación causal. Como si Walsh hubiera sabido lo que le esperaba. La certeza de ser perseguido que enuncia en la Carta fue traducida a certeza de ser encontrado. El carácter trágico de la escritura de Walsh acompaña al mito del escritor que se inmola por la justicia. Ferreyra da una versión, hay algunos detalles que se discuten de estas últimas horas de Walsh. Sean como fueren, esta versión está mucho más cerca de la prosa del mundo que la que impone al kamikaze. La versión del escritor que muere conociendo su destino fatal pertenece a la democracia argentina. Se trata de una interpretación situada a mediados de los ochenta, cuando no había escucha para hablar de su militancia en Montoneros. La pura víctima del periodismo perseguido era la mejor lectura posible, como si no perteneciese a un colectivo político.

Pero esa versión, además de estar situada al promediar los ochenta y durante los primeros noventa, se confunde con su literatura, ella contribuye con el equívoco. En todo lo que escribió Rodolfo Walsh hay un piso trágico. La justicia está en el origen del género y no hay nada escrito por Walsh que no la convoque, como artefacto de la cultura. La carta que escribe sobre la muerte de su hija Vicky, los ensayos políticos sobre los fusilamientos de 1956, el asesinato de Rosendo García y el caso Satanowsky, su trabajo en la agencia de noticias clandestina, casi todos los cuentos, y las obras de teatro, y buena parte de sus papeles personales, son reescrituras del género trágico. La crónica en la que visita los mataderos (Panorama, 52, octubre de 1967) es el modo que elige para proponer su versión sobre la historia literaria argentina: no hace falta más que ir a hablar con los que faenan las vacas para saber que la versión de Echeverría y todo su legado es una pesadilla política antipopular.

Hoy, gracias a testimonios como los de Lilia Ferreyra e innumerables cambios producidos a lo largo de nuestra democracia, podemos hablar del carácter político de las decisiones de Walsh. Su opción por la lucha armada es consecuencia directa de su oficio como narrador de la causa del peronismo perseguido y asesinado en basurales, durante años de dictadura y democracias ilegítimas. Llega a Montoneros tras años de radicalización política y como resultado de sus intentos infructuosos por encontrar justicia a través de instituciones oficiales. La causa del peronismo fusilado en los basurales está explicada a lo largo de todas las ediciones de Operación Masacre, mutaciones de un libro al calor de veinte años de los más difíciles de nuestra historia política moderna. El asado permite pensar que Walsh imaginaba un futuro posible.

El balance que describe en la Carta no sólo era para develar al terrorismo de Estado, sino también para combatirlo. En definitiva, el mayor legado que nos deja es la interpretación del mecanismo represivo. El terror funciona por omisión. Todos quedamos paralizados cuando nos dicen una cosa para decirnos otra muy distinta y lo aceptamos. Así funciona el poder desaparecedor. Cuando te digo desaparecido te estoy diciendo muerto o secuestrado y cuidado con meterte en este asunto. Cuando digo «algo habrá hecho» uso un pronombre indefinido. Se trata de un mecanismo de diseminación por eufemismos y fórmulas indefinidas, tal como señaló Pilar Calveiro en su libro. Eso es algo que Walsh nos dice en la Carta; también lo dice Perlongher en su poema sobre los cadáveres y León Ferrari en su collage: Nosotros no sabíamos.

Difundir lo contrario de los eufemismos era la mejor manera de combatir el terror. Llamar las cosas por su nombre. ¿Se iba a comer un asado? Es probable. Había vuelto a escribir literatura, había redactado documentos críticos a la conducción de Montoneros y tenía en mente alternativas políticas. La lucha por la hegemonía contra el terrorismo de Estado era el punto de partida, era necesario construir una verdad alternativa, que detuviera la proliferación del terror. Alternativa que la resistencia de los organismos aplicó con coraje. Denunciar las violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos fue la política más exitosa contra el terrorismo estatal. Una lucha por el sentido y no el combate militar. La tragedia, como género literario, se entrecruza con la historia reciente y todo se mezcla. A fin de cuentas, es una lógica trágica la que explica el poder de las madres y abuelas de Plaza de Mayo, Antígonas. El interrogante es cómo puede convivir la tragedia con la democracia, si es que acaso pueda ella salir de las tapas del libro. Como fundamento, la lucha de las Madres parece inmejorable. La crítica literaria sirve para creer en el asado. Los globos de colores están pensados para desactivar el sustrato trágico de la política.

Pablo Luzuriaga

Buenos Aires, Marzo 2017

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